¡ARGENTINA! ¡Argentina! ¡Argentina! El sonoro viento arrebata la gran voz de oro. Ase la fuerte diestra la bocina, y el pulmón fuerte, bajo los cristales del azul, que han vibrado, lanza el grito: Oíd, mortales, oíd el grito sagrado.{8} Oid el grito que va por la floresta de mástiles que cubre el ancho estuario, e invade el mar; sobre la enorme fiesta de las fábricas trémulas de vida; sobre las torres de la urbe henchida; sobre el extraordinario tumulto de metales y de lumbres activos; sobre el cósmico portento de obra y de pensamiento que arde en las poliglotas muchedumbres; sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar, sobre la blanca sierra, sobre la extensa tierra, sobre la vasta mar.
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¡Argentina, región de la aurora! ¡Oh, tierra abierta al sediento de libertad y de vida, dinámica y creadora! ¡Oh, barca augusta, de prora triunfante, de doradas velas! De allá