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EL SEÑOR DE BEMBIBRE


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EL SEÑOR DE BEMBIBRE
POR DON ENRIQUE GIL Y CARRASCO
GIL-BLAS. RENACIMIENTO


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COPYRIGHT 1920 BY «GIL-BLAS»


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Adorno de principio de capítulo

CAPÍTULO PRIMERO

Letra E ilustrada

En unatarde de Mayo de uno de los primeros años del sigloXIV, volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos, tresal parecer criados de alguno de los grandes señores que entonces serepartían el dominio del Bierzo. El uno de ellos, como de cincuentay seis años de edad, montaba una jaca gallega de estampa pocoaventajada, pero que a tiro de ballesta descubría la robustez yresistencia propias para los ejercicios venatorios, y en el puñoizquierdo cubierto con su guante llevaba un neblí encaperuzado.Registrando ambas orillas del camino, pero atento a su voz y señales,iba un sabueso de hermosa raza. Este hombre tenía un cuerpo enjutoy flexible, una fisonomía viva y atezada y en todo su porte ymovimientos revelaba su ocupación y oficio de montero.

Frisaba el segundo en los treinta y seis años y era el reverso dela medalla, pues a una fisonomía abultada y de poquísima expresión,reunía un cuerpo macizo y pesado, cuyos contornos de suyos pocoairosos, comenzaba a borrar la obesidad. El aire[Pg 6] de presunción conque manejaba un soberbio potro andaluz en que iba caballero, y laprecisión con que le obligaba a todo género de movimientos, le dabana conocer como picador o palafrenero. Y el tercero, por último, quemontaba un buen caballo de guerra e iba un poco más lujosamenteataviado, era un mozo de presencia muy agradable, de gran soltura ydespejo, de fisonomía un tanto maliciosa y en la flor de sus años.Cualquiera le hubiera señalado sin dudar por escudero o paje de lanzade algún señor principal.

Llevaban los tres conversación muy tirada, y como era natural,hablaban de las cosas de sus respectivos amos elogiándolos a menudo yentreverando las alabanzas con su capa correspondiente de murmuración:

—Dígote, Nuño—decía el palafrenero—, que nuestro amo obra como unhombre, porque eso de dar la hija única y heredera de la casa deArganza a un hidalguillo de tres al cuarto, pudiendo casarla con unseñor tan poderoso, como el conde de Lemus, sería peor que asar lamanteca. ¡Miren que era acomodo un señor de Bembibre!

—Pero, hombre—replicó el escudero con sorna, aunque no fuesenencaminadas a él las palabras del palafrenero—; ¿qué culpa tiene

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