No existe en el mundo región alguna que ofrezca a los deslumbrados ojosde los viajeros más deliciosas perspectivas que Méjico; sobre todo lade las Cumbres es sin disputa una de las más pasmosas y seductivamentevariadas.
Las Cumbres forman una cadena de desfiladeros a la salida de lasmontañas, al través de las cuales y describiendo infinitas sinuosidadesserpentea el camino que conduce a Puebla de los Ángeles, así apellidadapor haber los ángeles, según la tradición, labrado la catedral de lamisma. El camino a que nos referimos, construido por los españoles,desciende por la vertiente de las montañas formando ángulos sumamenteatrevidos, y está flanqueado a derecha y a izquierda por una nointerrumpida serie de empinadas aristas anegadas en azulado vapor.A cada recodo de dicho camino, suspendido, por decirlo así, sobreprecipicios cubiertos de exuberante vegetación, cambia la perspectiva yse hace cada vez más pintoresca; las cimas de las montañas no se elevanuna tras otra, sino que van siendo gradualmente más bajas, mientras lasque quedan a la espalda se yerguen perpendicularmente.
Poco más o menos a las cuatro de la tarde del 2 de julio de 18..., enel instante en que el sol, ya bajo en el horizonte, no difundía sinorayos oblicuos sobre la tierra, calcinada por el calor del mediodía,y en que la brisa al levantarse empezaba a refrescar la abrasadaatmósfera, dos viajeros, perfectamente montados, salieron de unfrondoso bosque de yucas, bananos y bambúes de purpúreos penachos yse internaron en una polvorosa, larga y escalonada senda que afluía aun valle cruzado por límpido arroyo que se deslizaba al través de lahierba y conservaba fresco el ambiente.
Los viajeros, probablemente seducidos por el aspecto imprevisto dela perspectiva grandiosa que tan de improviso se ofrecía a sus ojos,detuvieron a sus cabalgaduras, y después de contemplar con admiracióny por espacio de algunos minutos las pintorescas ondulaciones que enúltimo término ofrecían las montañas, echaron pie a tierra, quitaronlas bridas a sus respectivos caballos y se sentaron en la margen delarroyo con el objeto evidente de gozar, por unos instantes más, de losefectos de aquel admirable caleidoscopio, sin par en el mundo.
A juzgar por la dirección que seguían, los mencionados jinetes parecíanvenir de Orizaba y encaminarse hacia Puebla de los Ángeles, de cuyaciudad, por otra parte, no se encontraban muy lejos en aquel entonces.
Los dos jinetes que decimos vestían el traje de los ricos propietariosde haciendas, traje que hemos descrito con sobrada frecuencia paraque aquí lo hagamos de nuevo; sólo haremos notar una particularidadcaracterística reclamada por la poca seguridad que ofrecían los caminosen la época en que pasa la presente historia: ambos iban armados pormodo formidable y llevaban consigo un verdadero arsenal; además de losrevólveres de seis tiros metidos en sus respectivas fundas, llevabanotros idénticos al cinto, y empuñaban sendos fusiles de dos cañonesfabricados por Devisme, el célebre armero parisiense, lo que hacíasubir a veintiséis los tiros que cada uno podía disparar; esto sincontar el machete que pendía de su costado izquierdo, el cuchillotriangular que llevaban escondido en su bota derecha y el lazo o reatade cuero, colgado de la silla, a la que estaba fuertemente sujetado po