HISTORIA
DEL
PARAGUAY, RIO DE LA PLATA
Y
TUCUMAN,
POR EL
P. GUEVARA,
DE LA
COMPAÑIA DE JESUS.
Primera Edicion.
BUENOS-AIRES.
—
IMPRENTA DEL ESTADO.
—
1836.
[Pg i]
A LA
HISTORIA DEL P. GUEVARA.
Los historiadores del Rio de la Plata salieron casi todos del senode la célebre Sociedad, que por cerca de dos siglos egerció un influjopoderoso sobre los pueblos de estas regiones; y á los Schmidel, Guzman,y Centenera, que describieron los hechos de la conquista que habianpresenciado, sucedieron los PP. Pastor, Montoya y del Techo, cuyostrabajos evangélicos la extendieron y afianzaron.
La Compañia de Jesus no era entonces lo que aspiró á ser en elúltimo periodo de su existencia. Ceñida á las reglas de su instituto,cultivaba las ciencias, descollaba en las letras y se afanaba enperfeccionar los métodos de enseñanza, para hacer de sus claustrosel gimnasio universal de la juventud europea. Entretanto un vastocontinente se ofrecia á las investigaciones de los sábios y al celoapostólico de los catequistas—dos títulos que reunian en sí losdiscípulos de Loyola y de los que anhelaban hacerse dignos. La sancionreligiosa impresa sobre esta conquista, los excesos que la habianmanchado, y la sensacion aun viva y palpitante producida por lasenérgicas protestaciones del Obispo de Chiapa, atrayeron estos doctoscenobitas á las playas del Nuevo Mundo, arrancándoles de la palestrateológica, abierta con tanto ruido en Europa por los reformadores.
Como el Iris cuando ahuyenta la tormenta, desplegando sus colores enun cielo aun cubierto de nublados, así la presencia de los misionerosablandó los ánimos de los combatientes, infundiendo resignacion[Pg ii] en los unos,inspirando sentimientos mas benévolos en los otros. No contentos conhaber disminuido el número de las víctimas, se propusieron echar loscimientos de una sociedad, fundada en los principios evangélicos, quese esforzaban de propagar entre sus neófitos. A la triste condicion deesclavos substituyeron la de hombres, si no libres, al menos revestidoscon el carácter de cristianos, y á la sombra de sus prácticasreligiosas levantaron silenciosamente el edificio de una espécie derepública, en el seno mismo de la servidumbre y bajo el poder absolutode los procónsules.
Nada les arredraba en el desempeño de sus tareas. Ni la inclemenciadel clima, ni la aspereza del suelo, ni la ferocidad de sus habitantes,eran capaces de entibiar el celo de estos animosos campeones de la Fé,cuya filantrópica intervencion se estendió rápidamente de un cabo alotro del Nuevo Mundo.
Son imponderables los cuidados, los trabajos,