Cubierta del libro

[p. 1]

EL NIÑO DE LA BOLA.


[p. 2]


Esta obra es propiedad del autor, quien se reserva todos sus derechos, incluso el de publicarla traducida á otro idioma en los Estados que tienen tratados literarios con España.

Quedan hechos los depósitos que marca la Ley.



[p. 3]

EL NIÑO
DE LA BOLA

NOVELA

POR

D. PEDRO A. DE ALARCON


SEGUNDA EDICION.


MADRID

IMPRENTA CENTRAL Á CARGO DE VÍCTOR SAIZ

CALLE DE LA COLEGIATA, NÚM. 6

1880


[p. 5]

LIBRO PRIMERO.

EN LO ALTO DE LA SIERRA.


I.

SINFONÍA.

Entre la vetusta Ciudad, cabeza de Obispado, en que ocurrieronlos famosos lances de «El Sombrero de tres picos,» y la insigneCapital de aquella estacionaria Provincia, donde hay todavía muchosmoros vestidos de cristianos, álzase, como muralla divisoria de susrespectivos horizontes, un formidable contrafuerte de la Sierra máserguida y elegante de toda España.

Cerca de diez leguas de espesor (las mismas que la Capital y laCiudad distan entre sí) tiene por la base aquel enorme estribo dela gran cordillera,[p. 6]miéntras que su altura, graduada por término medio, será de seis ósiete mil piés sobre el nivel del mar.—Subir á tal elevacion porretorcidas cuestas, y descender de allí luégo por otras cuestasno ménos retorcidas, es la tarea comun de cuantos van ó vienen deuna á otra comarca; cosa que sólo podia hacerse, á la fecha enque principia nuestra relacion, por un mal camino de herradura,convertido poco despues en un mucho peor camino carretero.

Ahora bien, amigos lectores: el primer cuadro del drama románticode chaqueta y rigurosamente histórico (aunque no político) que voy ácontaros (tal y como aconteció, y yo lo presencié, entre la extincionde los Frailes y la creacion de la Guardia Civil, entre el suicidiode Larra y la muerte de Espronceda, entre el Abrazo de Vergara yel Pronunciamiento del General Espartero; en 1840, para decirlo deuna vez) tuvo por escenario la cumbre de esa montaña, el promediode ese camino, el tránsito del uno al otro horizonte; punto críticoy neutro, que dista cinco leguas de la Ciudad y otras cinco de laCapital, y en que, por ende, suelen encontrarse al mediodía y decirse«¡á la paz de Dios, caballeros!» los viandantes que salieron alamanecer de cada una de ambas poblaciones.

Es aquel un paraje rudo, áspero y pedregoso,[p. 7] sin historia, nombre ni dueño, guardadopor esquivos gigantes de pizarra, donde la Naturaleza, vír

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