Nota del Transcriptor:
Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.
Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
Páginas en blanco han sido eliminadas.
La portada fue diseñada por el transcriptor y se considera dominio público.
PÍO BAROJA
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
NOVELA
(SEGUNDA EDICIÓN)
EDITORIAL CARO RAGGIO
MENDIZÁBAL, 34, MADRID
ES PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS
PARA TODOS LOS PAÍSES
IMPRENTA CARO RAGGIO: MENDIZÁBAL, 34, MADRID
—¿Así que tú no conoces al que ha escrito estarelación?—preguntó Aviraneta, después de haberescuchado la lectura de varios trozos del manuscrito.
—No—contestó Leguía—. Este cuaderno me lodejó doña Paca Falcón, hace unos años, en Bayona,y saqué una copia de él. Supongo que se hizo conalgunas notas que escribió Alvaro Sánchez de Mendoza.¿Qué le parece a usted?
—¡Psé! Así, así.
—¿Le parece a usted mal?
—No; los hechos positivos en que está basado ellibro son ciertos; que el cónsul de España en Bayona,don Agustín Fernández de Gamboa, recibió barricasllenas de plata y de oro de las iglesias de Navarra,durante la primera guerra civil, para venderlas enFrancia, es verdad.
—¿Usted lo sabía?
—Sí. Gamboa, como sus amigos Collado y Lasala,explotaron todo lo que pasó por delante de ellos. Unicamenteasí se puede conseguir una gran fortuna enpoco tiempo.
—Es indudable. Sólo la guerra y la usura hacena la gente rica con rapidez.
—Los que no somos contratistas del ejército niusureros no hemos podido pasar de ser unos pobretones.
Esta conversación la tenían Aviraneta y Leguía[8]en San Sebastián poco antes de la Revolución de septiembre,en una casa del barrio de San Martín, dondevivía don Eugenio por entonces. Aviraneta, decuando en cuando, se miraba al espejo y se arreglabauna hermosa peluca rubia, casi roja, que le habíaarreglado su amigo y barbero Justo Lazcanotegui.
—¿Y usted no ha conocido a ese Chipiteguy traperode la plaza del Reducto, de Bayona, que figura aquí?—preguntóLeguía.
—Sí, sí. ¡Ya lo creo! Era amigo mío; un viejocamastrón, epicúreo... hombre simpático, efusivo.Solía comer yo con frecuencia en su casa.
—Y a Frechón, ¿lo recuerda usted?
—¿Qué hacía ese Frechón?
—Era un empleado de Chipiteguy y, al parecer,un gran intrigante.
—Sí, sí, tengo idea; mas creo que le llamaban deotra manera.
—Debió de estar en casa de usted varias veces.
—¡Tantos estuvieron!
—Sí; pero debió de ir a hablar de política, de intrigas...
—Era a lo que venía todo el mundo a mi casa.
—Sí, su casa en Bayona debía ser un nido de intrigantes.
—Entre los que te contabas tú.
—Hombre, don Eugenio, yo no tanto.
—¿Te acuerdas de las letras S, T, U, V, Y, Z?
—Sí; ¿no me he de acordar? En ese final de abecedario,el que más y el que menos era un bandido.
—Sí, quizá... Pero era una época divertida. Sevivía con pasión. Hoy está todo más bajo, más cansado.Hoy intentamos vivir como p