En esta edición se han mantenido las convenciones ortográficas deloriginal, incluyendo las variadas normas de acentuación presentes en eltexto. (la lista de los errores corregidos sigue el texto.) CUARTA PARTE: XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII |
VICENTE BLASCO IBAÑEZ
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NOVELA
TOMO CUARTO
EDITORIAL COSMÓPOLIS
APARTADO 3.030 MADRID
Imprenta Zoila Ascasíbar. Martín de los Heros, 65.—MADRID.
El padre y la hija.
Doña Fernanda adoptó la resolución más propia del caso.
Dió dos gritos, se retorció furiosamente las manos, revolviéronse susojos en sus órbitas como si quisieran saltar, y arrojando espumarajospor la boca se dejó caer, revolcándose a su sabor entre los mueblescaídos por la anterior lucha.
Baselga no se inmutó gran cosa.
Le era muy conocido aquel accidente nervioso, medio que la baronesaempleaba en su juventud cuando vivía María Avellaneda y ésta no queríaacceder a sus peligrosos caprichos.
Sabía el conde que aquello era un medio de salir del paso como otrocualquiera, y se limitó a ordenar a la curiosa servidumbre, agolpada enla puerta, que llevase a la baronesa a su cama.
Cuando doña Fernanda, siempre agitada por sus convulsiones, salió delsalón en brazos de los criados y reclinando su desmayada cabeza sobre elpecho de la burlona doncella, más seria que nunca, el conde fijó susevera mirada en Tomasa, que bajaba la vista esperando con resignaciónla cólera de su señor.
—Ya esperaba yo esto. Hace tiempo que comprendo que algún día mi hija ytú deshonraríais esta casa con un escándalo como éste. ¿Te parece bienque una mujer de tu edad y tu carácter proceda de tal modo?
—Señor—se apresuró a decir el ama de llaves—, yo no tengo la culpa, yesto no lo ha ocasionado la enemistad que yo pueda tener con la señorabaronesa. Ha sido sencillamente que escuché desde el comedor cómo sequejaba mi pobre señorita, y al entrar aquí vi cómo doña Fernanda laponía de golpes como un Cristo, y yo..., ¡vamos!, yo no puedo ver contranquilidad que a una cristiana se la trate de este modo, y más siendomi señorita, y por eso, agarrando lo que tenía más a mano..., ¡pum!, selo arrojé a esa “indina” señora. Eso es todo.
Tomasa, recordando lo sucedido, no se sentía ya cohibida ante su señor,y erguía audazmente la cabeza como orgullosa de